La Casa Popular
En nuestra cultura popular, las bebidas alcohólicas siempre han estado presentes durante los momentos más relevantes para la historia del homo sapiens, acompañándolo para sobrellevar momentos personales, como también a ser utilizadas para demarcar celebraciones y veneraciones por el inicio o final de algún nuevo ciclo. Actualmente la industrialización y producción masiva de los productos provenientes del agave han desvinculado la experimentación de su proceso ancestral para las vivencias metropolitas diarias, estableciendo procesos cerrados donde inertes cuerpos metálicos a presión se convierten en los únicos espectadores de un proceso que alguna vez se catalogaba como legendario.
Supliendo la demanda de una ciudad de flujos constantes donde antes circundaban los campos al horizonte y de lo que alguna vez fue conocido como un paisaje agavero, ya se encuentra el tumulto de ruidos y trayectorias masivas alrededor de calles de concreto parchadas humeando el vapor y calor del movimiento de cientos de personas, donde la inmediatez es clave para el progreso, y los procesos mecanizados son parte fundamental de su desarrollo.
Donde el festejo nocturno diario en antros y bares se vuelven en la única estándar pizca de conocer un proceso que dejó de ser ancestral para ser suplido por la oferta popular, o guías enfocadas a un turismo donde la superficialidad y el interés económico dominan los intereses.
La Casa Popular declara retomar el campo a la ciudad al desvincular la arquitectura como un producto resultante estático para ser utilizada como un agente de cambio social que permita a su usuario utilizarla como un medio, en un entorno donde la individualidad y el proceso vivencial que se esté viviendo vaya en constante cambio en relación con el proceso de vida y producción del agave, para retomar los procesos ancestrales diarios a un entorno postmoderno.
Donde un módulo hecho a partir de módulos ensamblables de 30x30x30cm puede ser utilizado como asiento para celebrar el inicio de la plantación de un agave, como una mesa para laborar durante su proceso de molienda, una pared para protegerlo del viento y observar su cocción, a un techo para fermentar y destilar y poder celebrar el transcurso de vida de una planta en relación a los actos sociales, convirtiendo la arquitectura en un medio que funcione como un hogar, una tienda, un salón de fiesta. En un entorno sediento por retomar procesos manuales que nuestros antecesores nos heredaron. Una choza, un templo, una taberna, un antro